Tengo unas ojeras
horrorosas, no dormí en toda la noche pensando en cómo llegaría, en qué le
diría, Dios parezco una niñita asustada. Y si, lo estoy. Alejandro ha llamado
constantemente, ha sido fundamental su apoyo, no lo eh visto pero sólo su voz
me tranquiliza, y es raro, que sólo su voz logre ese efecto en mí, me encanta.
Comienza a vibrar
mi teléfono, pero antes de contestar veo la hora, son las seis y media de la
mañana, veo su foto y esa sonrisa que me vuelve boba. Contesto.
-Nena, sé que es
muy temprano- Disculpándose, si supiera que no eh dormido nada.
-No te preocupes.
-Vale!, a qué
hora quieres que te vaya a buscar?
-No, yo iré
-Cómo, no tienes
vehículo.
-Pero existen los
taxis- esto me causa gracia, ya salió Catalina malévola, Alejandro no sabe nada
de mi camaro. -Tranqui, llegaré, a las 7 de la tarde
-¿¡QUÉ!?, tú estás
loca- me grito!!!!
-Qué te pasa?,
por qué tan apurado?- no me gusta que me obliguen
-No nena, es
habíamos quedado a primera hora.
-Alejandro,
escúchame bien, yo tengo mucho miedo a enfrentarme a todo de lo que hui por
años. No es así de fácil que me digas a primera hora, y yo esté a pies juntos
donde me digas, que seas mi pareja no te da derecho a elegir qué hacer con mi
vida, porque yo llevo años manejando mi propia vida, entiendes?
-Amor, tranquila,
no quería que te enojaras, sólo que al igual que tú yo estoy nervioso.
-Bueno, llego a
las diez, sola, entendido, espérame en las rejas.
-Ok, son de color
negro.
-Un cambio,
cuando me fui eran doradas.
Me levanto de mi
cama, me visto de negro, porque hoy será un día muy negro para mí. Me maquillo,
casi nunca lo hago, pero esta vez me enfrentaré a mis miedos y necesito llevar
una máscara, el maquillaje me impedirá derramar una lágrima. Encima de mi cama
la encuentro, tranquila esperando que me la lleve, la tomo entre mis manos, la
descargo y me doy cuenta que tiene una bala atravesada la retiro con cuidado y
cae encima de mí cama, tomo las municiones y relleno el cargador, ahora la ajusto
en el cinturón de mi pantalón, y las municiones sobrantes las guardo en otro
cargador que mantenía mi abuelo, el cual lo guardo en mi chaqueta. Uno nunca
sabe lo que podría pasar, si hoy salen las cosas mal, dirán que pelee hasta el
último minuto de mi vida.
-Ya te vas?- es
Kate, me dice desde el umbral de mi habitación.
-Si- le digo sin
mirarle a los ojos.
-Catalina, no
quieres que vayas?
-No, quiero que
te quedes con Carmen- esta vez le miro directamente a los ojos, es una orden y
ella asiente con la cabeza.
Le doy un beso y
salgo rápidamente de mi habitación, bajo por las escaleras, mientras bajo las
escaleras reviso mis bolsillos, y llevo mi celular, las llaves del auto, mis
papeles y la taurus.
-Niña Catalina-
miro hacia mí derecha, es Carmen- No es necesario que vaya.
-Carmen, lo es,
si mi abuelo me dejo algo, lo reclamaré, porque sé que eso le gustaría.
-Ten cuidado.
-Sí, mi linda y
hermosa Carmen. Te amo. Para mí tú deberías haber sido mi madre, no Sofía
Morga.- Carmen sólo comienza a llorar.
Voy en busca de
mi camaro, me siento en él, y saco el arma, quiero verla, hace mucho que no la
tenía en mis manos.
-Catalina, ya tienes, diez y siete años, está es mi arma. Una Taurus PT 99,
brasileña, debes tener cuidado, es semiautomática. No quiero que mates a
alguien sólo que te defiendas con ella.
-Entiendo abuelo-
Mi abuelo me sonríe.
Recuerdos esas
palabras, él me enseño a disparar, no para matar sino para defenderme y eso
haré ahora. Doy contacto y ruge el motor, es muy distinto a mi V16, es más
suave, presiono el embriague y coloco primera dándole marcha a mi vehículo, y
avanza con una suavidad que nunca había experimentado en un auto, ayer no me
preocupe de ello, solo de la velocidad, coloco el GPS la dirección de la
hacienda "Santi" y me la da.
Me da lo mismo la
velocidad excesiva en la que voy conduciendo, esta vez no escucho música, no
quiero amansar las fieras que llevo dentro mío.
Ahí esta, tal
como había dicho Alejandro, esperándome, delante de unas rejas altas en la que
está inscrita las palabras SANTI.
Disminuyo la
velocidad, Alejandro se acerca, yo bajo el vidrio, y él me sonríe.
-Eras tú. Cuándo
te lo compraste?- le sonrió, me tranquiliza el verlo, es bueno que este aquí.
-Ayer, cuando me
llamaste, fui a la ciudad con Kate y lo vi, recordé que te burlabas de mi V16,
sí que te presento a mi monstruo. Y esa moto?- Ahora es él quien se ríe, con
esa sonrisa ganadora que tanto adoro.
-Es mía- es
hermosa, nunca me eh subido a una.
-Puedo subirme-
me mira con enfado
-Señorita
Santelices, usted viene a ver a Don Luis, y yo la guiare con mi motocicleta.-
QUEEEE, mierda, lo odio!
-Bien- y digo en
un susurro estúpido.
-Te oí- maldición
-¡Pacheco!-
Pacheco?, él, todavía trabaja acá.
-Sí?- le dice un
hombre moreno, alto y cano, cuando me fui todavía no tenía el pelo gris, pero
es inconfundible su manera de caminar. Es él. Mi ex chofer y guardaespaldas.
-Abre las rejas,
la señorita viene conmigo.
-¿Quién es?
-Pacheco, haz lo
que te dije, no le inmiscuyas en mis asuntos. Y si piensas en esa cabeza que es
una prostituta, NO, que quede claro desde ya. AHORA ABRE LAS PUTAS REJAS.- Sin
más camina, y me muestra su parte trasera, se mueve con elegancia y rudeza, sus
jeans negros y esa casaca de cuero negra, me quitan un minuto de mi objetivo,
me coloco las gafas, no es bueno que me reconozcan tan luego y subo el vidrio
polarizado.
Ambos motores
rugen al unísono, le sigo. La alameda es eterna. Cada vez que avanzo los
recuerdos son más latentes, quiero llegar ya!, por fin se detiene.
La mansión SANTI,
esta delante de mis ojos, con un cambio la tonalidad de ella, era blanca ahora
es de color damasco.
Espero que
Alejandro se baja de su moto y camina hacia mí, pero camina con arrogancia,
llega a mi puerta y la abre.
Me ayuda a salir,
le agradezco sin retirar mis anteojos, me sujeta de la cintura y encuentra lo
que llevo, me mira con inseguridad, no dice nada, su mirada lo dice todo,
"ten cuidado".
Comienza a
caminar delante mío, se acercan dos hombre de la misma estatura de él y le
cortan el paso, agacha su cabeza y se ríe de forma estruendosa en la que se te
erizan los pelos de la nuca.
-Martínez,
aléjate, esta vez estoy ocupado.
-¿Quién es?- Digo
algo?, me callo?. Alejandro me mira y a través de su mirada me dice que es
hora, me toca decirles quién soy.
-Así le hablas a
la hija de TÚ patrón?- los dos me miran atónitos, e incluso Alejandro me eh
convertido en la abogada, que no teme a nada ni a nadie. Me saco con
tranquilidad los anteojos y les miro directamente a los ojos, camino con tranquilidad
pero con arrogancia, hacía ellos, pero me cortan el paso.
-¿Qué eres tú
qué?
-Tu nombre-
reclamo
-Raúl Martínez
-Hace cuanto
trabajas acá?
-Hace diez años
-Entonces
deberías haber escuchado de mí. Soy Catalina Elizabeth Santelices Morga, hija
de Luis Santelices y Sofía Morga, nieta de Don Amador Santelices. Te suena?- el
muy arrogante sé que está impresionado, pero no quiere decir que lo está.
-No lo creo.
-Ok!, llama a
Pacheco, porque él te dirá en tu cara quien soy.
Diez minutos más
tarde, en que los duelos de miradas mataban, llega Pacheco, me mira y sus ojos
están sorprendidos y emocionados.
-Niña Catalina,
era usted- mi mirada fría se dirige al estúpido de Martínez y él esconde su
cara por la vergüenza.
-Sí, Pacheco, tus
hombres no me dejaban pasar a la que en mi infancia fue mi casa.
Pacheco los mira
con reprobación y ellos se apartan, nos dejan pasar. Nos acercamos a la entrada
a esas grandes puertas de madera de color caoba. Alejandro las empuja con
suavidad, y me deja entrar primero, no mentiré, me tiemblan todos los músculos
de mi cuerpo, qué hacer? Seguir y enfrentar.
-Quien eres?-
escucho una voz femenina detrás de mí, me volteo para verla, y es ella. Ella me
mira con sorpresa, queda estática, no lo puede creer que este ahí de pie en el
mismo lugar que hace veinte años me había ido. Ahí en el que comenzó mi rencor
y mi odio. Yo estaba ahí parada esperando que esa mujer que me dio la vida se
abalanzará sobre mí y me cubriera con sus abrazos dándome protección, pero NO,
estúpida yo, esa mujer nunca fue madre. Me echo cuando pudo y estoy aquí y eso
es lo que quiere hacer ahora, para que no atormente su tranquilidad.
-Catalina...
tú...- titubea no me o quiere decir pero su mirada no puede mentir lo que su
corazón guarda.
-Sofía Morga.
-Soy tu madre- si
lamentablemente
-Hace mucho que
ya no lo eres.
-Catalina...-
baja por las escaleras corriendo hacia mí -hija linda, porque no me avisaste
que venías.
-No seas
hipócrita, tú no me quieres acá, por ti seguirías viviendo el idilio con
Santelices- sus manos se van a su boca.
-Catalina, yo
jamás te echado.
-Mentirosa, me
echaste a la edad de quince años, pero sabes me da exactamente lo mismo, para
mí, tú no eres mi madre, aunque me hayas regalado un auto. Mi madre es Carmen,
ahora déjame que vine propósito y lo cumpliré.
-Pero que te crees?,
sigues siendo una muchachita macriada- me dice con desprecio.
-Te encantaría
que lo siguiera siendo, pero lamentablemente ya no lo soy, tengo treinta y
cinco años, soy una abogada, que desde hace ya bastante tiempo se sabe defender
de gente tan despreciable como usted.- Hace un ademán para hablar, pero yo
levanto mi mano derecha para callarla -Pero no vengo a ajustar cuentas con
usted "señora" Morga, es con su esposo, me retiro.
Gracias a la
voluntad divina se queda callada, pero me sigue a una distancia prudente, tengo
tanta rabia que podría destrozar un muro de concreto, sigo avanzando por la
escalera con un paso rápido no quiero encontrarme con cierta señora, que ya
sólo me da rabia.
-Ni se te ocurra
entrar a su habitación- me grita, me volteo para decirle que se vaya al
demonio, pero es Alejandro quien se interpone en la mujer que me dio la vida
para que no siguiera avanzando.
-Señora Morga, le
aconsejo que deje de gritar, su marido, don Luis, fue quien solicito la
presencia de la señorita Santelices en esta casa, si usted no la quiere, es
problema suyo, ahora tiene dos opciones avanzar y que yo le bloquee el paso y
la deje en una de las habitaciones de la casa o que baje.
-Pero quién te
crees para hablarme así, Alejandro?
-Señorita, siga-
me dice mirándome directamente a los ojos que me atraviesa el alma, y en esa
mirada me dice yo me ocupo de ella, sigue. Asiento con mi cabeza -la mano
derecha de su esposo, +el me ha dado instrucciones precisas, y que si usted las
desobedece me veré en la obligación de proceder de acuerdo a lo que él mismo me
ha instruido, y hoy no ando con ánimo de que usted comience a volverse
insoportable, me entendió señora Morga?- Sofía no dice nada, sólo abre su boca
y queda estática. -Señorita proceda, es tiempo.
-Sí, Alejandro,
gracias.- y sigo subiendo, recuerdo ese día el primero en que me dio esa
golpiza, sigo avanzando y al final del pasillo está su habitación, está cerrada
la puerta. me acerco a ella, la toco con mis manos, la golpeo para avisar mi
presencia o la abro así sin más?.
Tomo la manilla
la giro, abro la puerta y después de de veinte años le veo cara a cara.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario