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miércoles, 7 de enero de 2015

Catalina y Alejandro - Capitulo 18


Tengo unas ojeras horrorosas, no dormí en toda la noche pensando en cómo llegaría, en qué le diría, Dios parezco una niñita asustada. Y si, lo estoy. Alejandro ha llamado constantemente, ha sido fundamental su apoyo, no lo eh visto pero sólo su voz me tranquiliza, y es raro, que sólo su voz logre ese efecto en mí, me encanta.
Comienza a vibrar mi teléfono, pero antes de contestar veo la hora, son las seis y media de la mañana, veo su foto y esa sonrisa que me vuelve boba. Contesto.

-Nena, sé que es muy temprano- Disculpándose, si supiera que no eh dormido nada.
-No te preocupes.
-Vale!, a qué hora quieres que te vaya a buscar?
-No, yo iré
-Cómo, no tienes vehículo.
-Pero existen los taxis- esto me causa gracia, ya salió Catalina malévola, Alejandro no sabe nada de mi camaro. -Tranqui, llegaré, a las 7 de la tarde
-¿¡QUÉ!?, tú estás loca- me grito!!!!
-Qué te pasa?, por qué tan apurado?- no me gusta que me obliguen
-No nena, es habíamos quedado a primera hora.
-Alejandro, escúchame bien, yo tengo mucho miedo a enfrentarme a todo de lo que hui por años. No es así de fácil que me digas a primera hora, y yo esté a pies juntos donde me digas, que seas mi pareja no te da derecho a elegir qué hacer con mi vida, porque yo llevo años manejando mi propia vida, entiendes?
-Amor, tranquila, no quería que te enojaras, sólo que al igual que tú yo estoy nervioso.
-Bueno, llego a las diez, sola, entendido, espérame en las rejas.
-Ok, son de color negro.
-Un cambio, cuando me fui eran doradas.

Me levanto de mi cama, me visto de negro, porque hoy será un día muy negro para mí. Me maquillo, casi nunca lo hago, pero esta vez me enfrentaré a mis miedos y necesito llevar una máscara, el maquillaje me impedirá derramar una lágrima. Encima de mi cama la encuentro, tranquila esperando que me la lleve, la tomo entre mis manos, la descargo y me doy cuenta que tiene una bala atravesada la retiro con cuidado y cae encima de mí cama, tomo las municiones y relleno el cargador, ahora la ajusto en el cinturón de mi pantalón, y las municiones sobrantes las guardo en otro cargador que mantenía mi abuelo, el cual lo guardo en mi chaqueta. Uno nunca sabe lo que podría pasar, si hoy salen las cosas mal, dirán que pelee hasta el último minuto de mi vida.
-Ya te vas?- es Kate, me dice desde el umbral de mi habitación.
-Si- le digo sin mirarle a los ojos.
-Catalina, no quieres que vayas?
-No, quiero que te quedes con Carmen- esta vez le miro directamente a los ojos, es una orden y ella asiente con la cabeza.
Le doy un beso y salgo rápidamente de mi habitación, bajo por las escaleras, mientras bajo las escaleras reviso mis bolsillos, y llevo mi celular, las llaves del auto, mis papeles y la taurus.
-Niña Catalina- miro hacia mí derecha, es Carmen- No es necesario que vaya.
-Carmen, lo es, si mi abuelo me dejo algo, lo reclamaré, porque sé que eso le gustaría.
-Ten cuidado.
-Sí, mi linda y hermosa Carmen. Te amo. Para mí tú deberías haber sido mi madre, no Sofía Morga.- Carmen sólo comienza a llorar.
Voy en busca de mi camaro, me siento en él, y saco el arma, quiero verla, hace mucho que no la tenía en mis manos.

-Catalina, ya tienes, diez y siete años, está es mi arma. Una Taurus PT 99, brasileña, debes tener cuidado, es semiautomática. No quiero que mates a alguien sólo que te defiendas con ella.
-Entiendo abuelo- Mi abuelo me sonríe.


Recuerdos esas palabras, él me enseño a disparar, no para matar sino para defenderme y eso haré ahora. Doy contacto y ruge el motor, es muy distinto a mi V16, es más suave, presiono el embriague y coloco primera dándole marcha a mi vehículo, y avanza con una suavidad que nunca había experimentado en un auto, ayer no me preocupe de ello, solo de la velocidad, coloco el GPS la dirección de la hacienda "Santi" y me la da.
Me da lo mismo la velocidad excesiva en la que voy conduciendo, esta vez no escucho música, no quiero amansar las fieras que llevo dentro mío.
Ahí esta, tal como había dicho Alejandro, esperándome, delante de unas rejas altas en la que está inscrita las palabras SANTI.
Disminuyo la velocidad, Alejandro se acerca, yo bajo el vidrio, y él me sonríe.

-Eras tú. Cuándo te lo compraste?- le sonrió, me tranquiliza el verlo, es bueno que este aquí.
-Ayer, cuando me llamaste, fui a la ciudad con Kate y lo vi, recordé que te burlabas de mi V16, sí que te presento a mi monstruo. Y esa moto?- Ahora es él quien se ríe, con esa sonrisa ganadora que tanto adoro.
-Es mía- es hermosa, nunca me eh subido a una.
-Puedo subirme- me mira con enfado
-Señorita Santelices, usted viene a ver a Don Luis, y yo la guiare con mi motocicleta.- QUEEEE, mierda, lo odio!
-Bien- y digo en un susurro estúpido.
-Te oí- maldición
-¡Pacheco!- Pacheco?, él, todavía trabaja acá.
-Sí?- le dice un hombre moreno, alto y cano, cuando me fui todavía no tenía el pelo gris, pero es inconfundible su manera de caminar. Es él. Mi ex chofer y guardaespaldas.
-Abre las rejas, la señorita viene conmigo.
-¿Quién es?
-Pacheco, haz lo que te dije, no le inmiscuyas en mis asuntos. Y si piensas en esa cabeza que es una prostituta, NO, que quede claro desde ya. AHORA ABRE LAS PUTAS REJAS.- Sin más camina, y me muestra su parte trasera, se mueve con elegancia y rudeza, sus jeans negros y esa casaca de cuero negra, me quitan un minuto de mi objetivo, me coloco las gafas, no es bueno que me reconozcan tan luego y subo el vidrio polarizado.
Ambos motores rugen al unísono, le sigo. La alameda es eterna. Cada vez que avanzo los recuerdos son más latentes, quiero llegar ya!, por fin se detiene.
La mansión SANTI, esta delante de mis ojos, con un cambio la tonalidad de ella, era blanca ahora es de color damasco.
Espero que Alejandro se baja de su moto y camina hacia mí, pero camina con arrogancia, llega a mi puerta y la abre.
Me ayuda a salir, le agradezco sin retirar mis anteojos, me sujeta de la cintura y encuentra lo que llevo, me mira con inseguridad, no dice nada, su mirada lo dice todo, "ten cuidado".
Comienza a caminar delante mío, se acercan dos hombre de la misma estatura de él y le cortan el paso, agacha su cabeza y se ríe de forma estruendosa en la que se te erizan los pelos de la nuca.

-Martínez, aléjate, esta vez estoy ocupado.
-¿Quién es?- Digo algo?, me callo?. Alejandro me mira y a través de su mirada me dice que es hora, me toca decirles quién soy.
-Así le hablas a la hija de TÚ patrón?- los dos me miran atónitos, e incluso Alejandro me eh convertido en la abogada, que no teme a nada ni a nadie. Me saco con tranquilidad los anteojos y les miro directamente a los ojos, camino con tranquilidad pero con arrogancia, hacía ellos, pero me cortan el paso.
-¿Qué eres tú qué?
-Tu nombre- reclamo
-Raúl Martínez
-Hace cuanto trabajas acá?
-Hace diez años
-Entonces deberías haber escuchado de mí. Soy Catalina Elizabeth Santelices Morga, hija de Luis Santelices y Sofía Morga, nieta de Don Amador Santelices. Te suena?- el muy arrogante sé que está impresionado, pero no quiere decir que lo está.
-No lo creo.
-Ok!, llama a Pacheco, porque él te dirá en tu cara quien soy.
Diez minutos más tarde, en que los duelos de miradas mataban, llega Pacheco, me mira y sus ojos están sorprendidos y emocionados.
-Niña Catalina, era usted- mi mirada fría se dirige al estúpido de Martínez y él esconde su cara por la vergüenza.
-Sí, Pacheco, tus hombres no me dejaban pasar a la que en mi infancia fue mi casa.
Pacheco los mira con reprobación y ellos se apartan, nos dejan pasar. Nos acercamos a la entrada a esas grandes puertas de madera de color caoba. Alejandro las empuja con suavidad, y me deja entrar primero, no mentiré, me tiemblan todos los músculos de mi cuerpo, qué hacer? Seguir y enfrentar.
-Quien eres?- escucho una voz femenina detrás de mí, me volteo para verla, y es ella. Ella me mira con sorpresa, queda estática, no lo puede creer que este ahí de pie en el mismo lugar que hace veinte años me había ido. Ahí en el que comenzó mi rencor y mi odio. Yo estaba ahí parada esperando que esa mujer que me dio la vida se abalanzará sobre mí y me cubriera con sus abrazos dándome protección, pero NO, estúpida yo, esa mujer nunca fue madre. Me echo cuando pudo y estoy aquí y eso es lo que quiere hacer ahora, para que no atormente su tranquilidad.
-Catalina... tú...- titubea no me o quiere decir pero su mirada no puede mentir lo que su corazón guarda.

-Sofía Morga.
-Soy tu madre- si lamentablemente
-Hace mucho que ya no lo eres.
-Catalina...- baja por las escaleras corriendo hacia mí -hija linda, porque no me avisaste que venías.
-No seas hipócrita, tú no me quieres acá, por ti seguirías viviendo el idilio con Santelices- sus manos se van a su boca.
-Catalina, yo jamás te echado.
-Mentirosa, me echaste a la edad de quince años, pero sabes me da exactamente lo mismo, para mí, tú no eres mi madre, aunque me hayas regalado un auto. Mi madre es Carmen, ahora déjame que vine propósito y lo cumpliré.
-Pero que te crees?, sigues siendo una muchachita macriada- me dice con desprecio.
-Te encantaría que lo siguiera siendo, pero lamentablemente ya no lo soy, tengo treinta y cinco años, soy una abogada, que desde hace ya bastante tiempo se sabe defender de gente tan despreciable como usted.- Hace un ademán para hablar, pero yo levanto mi mano derecha para callarla -Pero no vengo a ajustar cuentas con usted "señora" Morga, es con su esposo, me retiro.
Gracias a la voluntad divina se queda callada, pero me sigue a una distancia prudente, tengo tanta rabia que podría destrozar un muro de concreto, sigo avanzando por la escalera con un paso rápido no quiero encontrarme con cierta señora, que ya sólo me da rabia.
-Ni se te ocurra entrar a su habitación- me grita, me volteo para decirle que se vaya al demonio, pero es Alejandro quien se interpone en la mujer que me dio la vida para que no siguiera avanzando.
-Señora Morga, le aconsejo que deje de gritar, su marido, don Luis, fue quien solicito la presencia de la señorita Santelices en esta casa, si usted no la quiere, es problema suyo, ahora tiene dos opciones avanzar y que yo le bloquee el paso y la deje en una de las habitaciones de la casa o que baje.
-Pero quién te crees para hablarme así, Alejandro?
-Señorita, siga- me dice mirándome directamente a los ojos que me atraviesa el alma, y en esa mirada me dice yo me ocupo de ella, sigue. Asiento con mi cabeza -la mano derecha de su esposo, +el me ha dado instrucciones precisas, y que si usted las desobedece me veré en la obligación de proceder de acuerdo a lo que él mismo me ha instruido, y hoy no ando con ánimo de que usted comience a volverse insoportable, me entendió señora Morga?- Sofía no dice nada, sólo abre su boca y queda estática. -Señorita proceda, es tiempo.
-Sí, Alejandro, gracias.- y sigo subiendo, recuerdo ese día el primero en que me dio esa golpiza, sigo avanzando y al final del pasillo está su habitación, está cerrada la puerta. me acerco a ella, la toco con mis manos, la golpeo para avisar mi presencia o la abro así sin más?.

Tomo la manilla la giro, abro la puerta y después de de veinte años le veo cara a cara.

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